Pasé muchos años errada, pensando que el perdón era un diamante que pocos merecían apreciar, pensando que nadie era merecedor/a de tan maravilloso premio. Con el paso del tiempo descubrí, que la que merecía ese premio era yo.
Me han hecho daño, mucho, me han roto el corazón, me han fallado amores, me han traicionado amigos, y fui construyendo un muro alrededor de mí, un muro llamado rencor que consumía lo mejor de mí, mi esencia, mi alegría, mi tranquilidad.
Así fue mi vida, con ese muro enorme que no me dejaba vivir a plenitud. Hasta que un día entendí el poder del perdón. Entendí que era yo la que necesitaba ese perdón, que era yo la que debía ser liberada de la culpa, de las deudas de los años pasados, de la gran carga en mis hombros que hacía el rencor.
Es como cuando tienes el zafacón lleno de basura, hasta que no lo limpies, no podrás seguir desechando. Y así lo hice, perdoné y me liberé, quité de mí esa gran carga, me deshice de toda la basura, y con esto no digo que con eso se fueron todos los recuerdos, pero si aprendí a vivir con ellos como parte de mi ciclo de mi vida, como parte de mi andar. Pero perdoné.
El poder del perdón nos libera, nos abre caminos, nos plasma una sonrisa en la cara, una sonrisa de satisfacción.
Si tienes a alguien que perdonar, entiende, como hice yo, que eres tú quien lo merece, eres tú quien necesita seguir adelante con frescura, con paz.
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