Resulta curiosa la actitud recurrente de algunos artistas, sobre todo cantantes populares, que ante cualquier asomo de crisis o de problemas económicos particulares, plantean que el Estado debe acudir en su auxilio.
De manera permanente andan con el paracaídas puesto y con el “chaleco antibalas” bajo de la chaqueta…
Fue la absurda conclusión de un grupo de intérpretes de merengue, en un cónclave en procura de rescatar el género, como si a la gente se le pudiera imponer preferencias en términos musicales, en una actividad eminentemente comercial, que se le quiere llevar a la categoría de producto de primera necesidad.
Muy creídos que están esos artistas.
Si bien es cierto que se debe diseñar una política de apoyo a las artes, la misma en modo alguno puede estar orientada a resolver problemas particulares de músicos y merengueros que no han sabido administrarse.
En la falta de apoyo estatal no es que está el problema del merengue y sus intérpretes, en tiempos como los de ahora en que se les marchitan las amapolas.
Como si el señalado despropósito no basta, el cantante Fausto Rey en una entrevista le echó en cara a Juan Luis Guerra el hecho de que desde su dimensión como artista internacional no ha hecho nada por sus demás colegas, como si fuera una obligación y un deber emplear recursos y esfuerzos en ayudar a otros, entre ellos algunos que ni siquiera ellos mismos han trabajado, ni se han empleado a fondo para alcanzar sus metas.
Eso de reclamar ayudas lo veo como un recurso desfasado de gente que se cobija en la providencialidad y el paternalismo, a la espera siempre del brazo de auxilio o el pie de amigo, pretendiendo que otros resuelvan sus problemas.
Actúan como si de manera permanente anduvieran con el paracaídas puesto y con el “chaleco antibalas” debajo de la chaqueta…
Lo curioso es que algunos de esos que buscan y reclaman amparo, han desarrollado fulgurantes carreras, lo han tenido todo y lo han desperdiciado.
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