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8/8/14

Carta de Mario Redondo a Mariasela Alvarez

Señora
Mariasela Alvarez
Santo Domingo, D. N.
Distinguida señora Alvarez:


Le agradezco de antemano el favor de permitirme escribirle, dirigiéndome a Usted con la mayor humildad y gran respeto, con conciencia de su estatura profesional, vasta educación y profundo compromiso social.

Estas líneas se hacen con la firme esperanza de contribuir, de poner el pasado al servicio del presente para beneficio del futuro.

Como se sabe, un genuino ejercicio de verdad no puede desplegarse a espaldas del contexto en el que se ha fraguado un hecho material particular. En el 1996 era un muchacho que apenas superaba la mayoría de edad legal. Estaba aterrorizado, desorientado y confundido. Era uno que penosamente se enredó con medios y gentes criminales que conoció, en el entorno ordinario y con los que se relacionó en el colegio religioso donde complete mis estudios.


Por favor, note que en ningún caso pretendo desdibujar mi responsabilidad ni reducir mi culpa.

Al involucrarme en violencia contra el orden social traicione los afectos y enseñanzas de mi familia, al enredarme en el horror que termino con la vida de mi primo agredí todo lo que me era familiar y querido, incluyéndome a mi mismo.

Frente a Dios en la conciencia mi arrepentimiento viene del alma y reconoce los terribles dolores que los hechos en que me vi incolucrado provocaron. Es el más profundo aguijón de haber pecado y la infinita tristeza de haber hecho mal, mi solicitud de perdón no pone condiciones ni espera favores.

A mis adoloridos tíos José Rafael e Ileana les he pedido y pido perdón, también a mis padres, al resto de la familia y a la sociedad. Hacerme digno del mismo ha sido, es y será marca y medida de mí accionar diario, pero otorgar ese perdón, por supuesto, es privativo de la más respetada intimidad de cada persona.

Dona Mariasela, utilizar esta situación, mi culpa, mi responsabilidad y las circunstancias de toda la familia como mecanismo de retaliación pura y simple es una tentación entendible, máxime para un corazón herido, aun cuando resulte equivocado. Accionar  de esta forma equivale a subutilizar una herramienta de formación.

El ejemplo de toda esta tragedia, la forma en que se fraguó, los resultados, las medidas que ha tomado la autoridad y las consecuencias en todos los involucrados es un material didáctico que puede servir para orientar el interés colectivo que se resume en la corrección del penado.

Vale recordar que llegamos al compromiso que se concretiza en los fines y propósitos de nuestros sistema de penas (Art.40, Parr.16 de la Constitución de la República Dominicana) después de ensayar sin éxitos otras alternativas, incluyendo las más radicales,  A los internos, a todos, en especial a los ingresados más jóvenes, se nos somete a tratamiento con el declarado propósito de rehabilitarnos, de ayudarnos a enmendar nuestros errores, expiar nuestras culpas y construir un mecanismo para reinsertarnos en la sociedad a la que hicimos daño.
Desde nuestras conciencias se nos acompaña en el proceso de llenar de contenido constructivo nuestras respectivas penas, en el marco de la ley, a cargo de técnicos penitenciarios y bajo supervisión judicial.

Los resultados de estos procesos varían de persona a persona, no todos respondemos de igual forma.  Buscar, aceptar y aprovechar la pauta por la que propugna el tratamiento penitenciario sigue teniendo mucho de decisión personal.

Los internos penitenciarios, al menos los que nos disponemos y comprometemos, somos formados para acoger en nuestros corazones los dolores provocados y los propios. Desde la conciencia alimentamos el fuego que anima el compromiso bueno del resto de nuestras vidas. Los creyentes, asistidos por la esperanza y el agradecimiento de Dios, todos bendecidos por el Padre.

Como parte de nuestros compromisos sociales aprendemos que el potencial aleccionador de nuestras sentencias tiene como prerrequisito la ponderación de la verdad entendida como la suma de hechos y contexto.

En mi caso, en 1996 me refugie en el silencio, situación que ayudo a que se crearan espacios que llenaron la especulación y la confusión, forjando un estado de cosas que, posiblemente, ha repercutido en la imagineria pública de forma irremediable para el ser humano.

Que de la fiscalización, verificación, valoración de los apuntes y anotaciones técnicas que sobre mi persona se han registrado en lo que ya se suma el 50% de mi vida, toda mi vida como adulto, surja un radical contraste con los oscuros pronósticos de 1996 no atenta contra nadie, antes bien, puede resultar oportunidad propicia para repasar algunas premisas de entonces que antes que aporte de claridad resultaron tapón de oscuridad, pero mucho más importante, es constatar que la respuesta apropiada al tratamiento que se trasluce en los documentos y testimonios que componen mi expediente es precisamente lo que se busca y desea en todos los casos.

Las dudas que puedan surgir, sanamente, deben ser resueltas con serenidad y ciencia.  Con apertura, franqueza y en el marco de la ley, a lo que obviamente estoy más que dispuesto.

La condena del Tribunal es temporal y dinámica, la de la conciencia es eterna.

Favor permitirme expresar que confiado en Dios, con humildad, transparencia y persistencia, mi compromiso conmigo, con mi familia y con la sociedad es continuar aprendiendo y cooperando a que otros aprendan vida mejor aun a partir de un muy doloroso pasado para mas alla de las tremendas dificultades del presente como interno  ayudarme y ayudar a otros a construir futuro.

Muchas gracias por sus esfuerzos y disculpe el tiempo que le he ocupado.

Con máxima consideración,

Mario José Redondo
 

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